No confundir las moscas con las estrellas:
oh la vieja victrola de los sofistas.
Maten, maten poetas para estudiarlos.
Coman, sigan comiendo bibliografía.
Libros y libros, libros hasta en las nubes,
pero la poesía se escribe sola.
Se escribe con los dientes, con el peligro,
con la verdad terrible de cada cosa.
No hay proceso que valga, ni teoría,
para parar el tiempo que nos arrasa.
Vuela y vuela el planeta, ¿y el muerto?: inmóvil,
¡y únicamente el viento de la Palabra!
Qué te parece el disco de los infusos:
páginas y más páginas de cemento.
Que entren con sus guitarras los profesores
y el originalista de quince dedos.
Ése que tiene el récord y anda que te anda
descubriendo el principio de los principios.
El alfabeto mismo le queda corto
para decir lo mismo que estaba dicho.
Y al que le venga el cuero que se lo ponga
antes que lo dejemos feo y desnudo.
Bajarse del caballo. La cosa empieza
por el ser más abstracto. O el más abstruso.
Dele con los estratos y la estructura
cuando el mar se demuestra pero nadando.
Siempre vendrán de vuelta sin haber ido
nunca a ninguna parte los doctorados.
Y eso que vuelan gratis: tanto prestigio,
tanto arrogante junto, tanto congreso.
Revistas y revistas y majestades
cuando los eruditos ponen un huevo.
Ponen un huevo hueco tan husserlino,
tan sibilinamente heideggeriano,
que, exhaustivos y todo, los hermeneutas
dejan el laberinto más enredado.
Paren, paren la música de esta prosa:
vieja la vieja trampa de los sofistas.
A los enmascarados y enmascarantes
este cauterio rojo de poesía
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