Aquí, en este vértice, Tomás, hago un abismo, trazo un vacío importante, paro mi vida.
Aun escucho crujir la naturaleza y el corazón de tu madre, aun veo el sonido de mundo, de tiempo que se derrumba, de sol, de mar, de luz partida de la última gota de aceite alcanforado, aun siento que la pequeña lengua lame la eternidad ensangrentada.
Oloroso y campesino de estatura, alegre como los ganados.
Ahora te come la tierra, más glotona que tú, hijo mío, niño mío, Tomás, y yo te lloro.
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