I.
Lisa:
desde que te amo,
odio a mi profesor de Derecho Civil.
¿Puedo pensar en compraventas
con rostros de ventanas de cárcel,
en la teoría de la causa que me parece un túnel
lleno de grillos rojos y de raíces que se
frustraron sin el sol,
en hipotecas con tuberculosis,
en el registro
de la asaltante propiedad raíz?
¿Puedo pensar en eso, digo,
si tengo en pos de mi ansia tus grandes ojos
simples
y oscuros como un lago nocturno,
tu voz reciente como la fresca madrugada de la
mañana,
tu aroma musical -oh, fugitiva-
que guardo entre los dedos de mi mano
derecha?
Lisa, la transparente
hija del aire:
tu desnudez me pide
el matutino sol de la pradera,
mis manos descendiendo desde la flor del agua
para salvar tu sangre
de las arterias verdes de la grama.
Y yo, pobre galeote de este siglo,
siervo inconcluso del hastío y la sangre,
te escribo y te amo mientras todos hablan
de los contratos de adhesión.
Ah, Lisa, Lisa, estoy
completamente herido.
II.
Pobre de mi, querida,
solo con mi terror ante los Códigos,
estudiando Derecho con carne de presidio,
negando al cielo entre muchachos gordos
que creen firmemente en los rinocerontes,
pensando siempre en encontrar un bar
en donde si quitáramos las mesas
quepan la madrugada y tu junto a mis ojos.
Pobre de mi,
pobre de mi,
que soy marxista y me como las uñas,
que amo lo suaves garfios de la arena,
las palabras del mar y la simplicidad de las
gaviotas;
que odio los Bancos,
las inyecciones de complejo B,
la nocturna crueldad de los motociclistas
que lanzan rudas piedras al ángulo de los sueños;
pobre de mi, querida,
pobre de mi,
pobre de este muchacho que nunca hirió a los
arboles
a quien todos exigen en estos días
que lea amablemente a Jellinek,
que se acueste desnudo con las tarifas
aduanales
y así jure ante el viento que el juez es superior
al asesino
Ah, Lisa, Lisa, estoy
completamente herido.
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